Con posterioridad a su trabajo en SEPADE, Rafael desarrolló una brillante carrera como docente, académico y Director del Departamento de Trabajo Social de la Universidad Tecnológica Metropolitana (UTEM), y en paralelo fue invitado a integrarse a la Asamblea de Socios de la Corporación SEPADE, participando por varios periodos en su Consejo Directivo.

Durante los últimos años su vitalidad se vio limitada por diversos problemas de salud, hasta que a mediados del año pasado se confirmó el diagnóstico de Cáncer al Colon, iniciándose un duro periodo en el que siempre contó con la compañía incondicional de Leontina, su esposa, sus dos hijas, los dos hijos de su primer matrimonio, y un amplio círculo de familiares, amigos y colegas. En esta etapa de su vida, su ánimo se vio fortalecido por numerosos homenajes a su trayectoria, entre otros, el reconocimiento como Colega Destacado 2017, otorgado por el Colegio de Trabajadores Sociales de Chile el 10 de noviembre pasado, en el Círculo Español, con motivo del Día del Trabajador Social.

Como una forma de hacer memoria de la intensa y fructífera vida de Rafael, a continuación reproducimos un extracto de entrevista realizada con motivo del 30° aniversario de SEPADE:

¿Qué significó para ti la experiencia de trabajo en SEPADE?

Significó una gran oportunidad para mi vida profesional, para mis sueños como ciudadano de ese entonces, y para mi crecimiento personal. Es donde pude articular mis aspiraciones, y también conocer el mundo evangélico, comprenderlo desde adentro y no desde los prejuicios que uno tiene desde afuera. Para mí fue una oportunidad de construir vida. Me sentí constructor de vida digna para aquellos que sufrían la doble opresión de la dictadura y de la pobreza. Por otro lado, me permitió reconocerme en un grupo humano de mucha potencialidad, de mucha fuerza, de mucha fe, de mucho compromiso social, en el que me sentí muy cómodo. Pienso incluso que fuimos constructores de una cultura “sepadina”. Me refiero a que mucha gente que aglutinamos en torno a los proyectos, a las acciones sociales, a los programas, se sintieron identificados con nuestras propuestas, y para ellos SEPADE era la instancia que les entregaba cosas, pero también que les ayudaba a construir esa vida digna.

Yo digo claramente que SEPADE fue constructor de democracia, de tejido social. Allí descubrí que esa práctica evangélica y política se puede dar, y que los evangélicos tienen una potencialidad muy grande de entender el mundo popular porque vienen de ahí, porque son de ahí. Yo, no siendo evangélico, me sentí muy bien.

El desarrollo de los Centros de Recreación Infantil (CRI) se asocia mucho a tu trabajo. ¿Por qué era tan importante trabajar con niños y jóvenes en ese período, y por qué los CRI fueron tan relevantes para ti?

 Creo que allí puse en práctica mi conocimiento profesional en términos de diagnóstico, de análisis de contexto, de descubrir las potencialidades de hacer algo, de descubrir las tendencias que había. En el año 1979 estaba terminando el Año Internacional del Niño. Entonces había toda una sensibilización de la comunidad sobre el niño, había aparecido una serie de situaciones respecto de la infancia. Por lo tanto, había actores sociales, tanto políticos, evangélicos y de otros sectores, dispuestos a hacer algo por los niños.

Por otro lado, tuvo que ver con la pregunta acerca de lo que era posible hacer en el contexto de dictadura, sin poner en riesgo el desarrollo de las organizaciones. Recordemos que en ese tiempo organizarse era muy “peligroso” para la gente, que estaba temerosa de reunirse. Entonces, trabajar con los niños era una llave de entrada a la comunidad, no utilizándolos, sino abordándolos en su dimensión real. Y eso aglutinaba a jóvenes, a adultos, a la comunidad, articulaba a las iglesias, y permitía hacer otra cosa que era muy importante: realizar actividades visibles en la comunidad. Porque en un contexto de dictadura, donde todos vivíamos hacia adentro, reprimidos y temerosos, era importante sacar la gente a la calle y que empezara a copar el espacio público. Y creo que eso logramos con el trabajo con los niños. Con las Colonias Urbanas copamos las calles, las plazas, fuimos a distintos partes.

Otra cosa es que esto te permitía también trabajar con los jóvenes. Yo recuerdo que cuando llegué, había un programa de becas para estudiantes de enseñanza media, con más o menos 16 jóvenes. Era una beca interesante, entonces yo pedí que se aumentara el número de beneficiarios, y que junto con otorgarles las becas, les sugiriéramos un trabajo solidario. Entonces elevamos el número de becados a 45, y los subdividimos en distintos centros de recreación, y comenzamos la formación de monitores. Así surgen los CRI. El modelo consistía en lo siguiente: había que re-socializar a los niños, los jóvenes y las familias en un nuevo contexto, de modo que ellos se sintieran protagónicos de la situación que vivían. Por lo tanto, la metodología relacionaba lo lúdico, lo formativo, la planificación constante, el trabajo permanente los días sábados, proceso en el que se podían desarrollar los niños, los jóvenes y también los adultos. Menciono los adultos porque también realizábamos “escuelas de padres”.

¿Los grupos “aprendamos juntos” se desarrollaron también de esa misma lógica?

Si, pero posteriormente. En la población La Victoria, que era el lugar que yo mayormente observaba, recorriendo las calles, conversando con la gente, descubrí que las mujeres miraban el mundo desde las ventanas de sus cocinas, y de allí se refugiaban en las teleseries que habían en ese entonces, no se atrevían a salir. Pero cuando había represión eran las que más se jugaban, las que más defendían la vida. De allí surgió la idea de aglutinar a las mujeres en algo que tampoco fuera visiblemente reprimido. Descubrimos que había mujeres que sabían más que otras, y que se enseñaban entre ellas. Lo que hicimos a través del “aprendamos juntos” fue institucionalizar algo que se daba, seleccionando las educadoras, formando los cursos, después intercambiando los cursos. Partimos con 3 cursos y terminamos con más de 70 cursos después de todo el proceso. Después lo asume otra profesional que le pone el sello de género. La motivación principal de las mujeres era defender la vida, eran las más activas en los comités de derechos humanos, pero junto con eso querían aprender, querían crecer.

¿Trabajar con los niños, los jóvenes y los adultos era también una forma de abarcar la globalidad de la “familia popular”?

 SEPADE fue una de las instituciones que más trabajó el concepto de “familia popular”, y lo trabajamos asociado al concepto de “educación popular”. Por educación popular entendíamos aquel proceso educativo que permitía la liberación, que permitía darse cuenta, que permitía luchar por la libertad. Y los que tenían la motivación para esta lucha eran los sectores populares, por eso era educación popular. Para sectores que no se sentían oprimidos no tenía sentido. La “familia popular” era la que articulaba las diversas actividades sociales que se realizaban con el objeto de liberarse. Los “comedores”, los “aprendiendo juntos”, los “grupos de salud”, los CRI, todos eran parte de ese mismo proceso.

Las categorías de análisis que usábamos eran distintas a las de los partidos políticos. Cuando yo me involucré en este trabajo en La Victoria, José María Caro y otras poblaciones de la zona sur de Santiago, que era donde yo vivía y donde anteriormente había sido dirigente político y social, mucha gente de los partidos me dijo: “Oye Rafael, ¿para qué estás perdiendo el tiempo trabajando con niños, con mujeres? ¿Por qué no te metes en la práctica política directa?”. Yo, que no estaba militando, contestaba que eso era lo que había que hacer en ese momento. A los pocos años, los propios partidos estaban peleándose las directivas de los CRI, estaban viendo cómo hegemonizar ese movimiento. Desde mi reflexión de hoy día, digo que esos eran los proyectos pertinentes y emergentes. Pertinentes porque tenían en cuenta la situación, y emergentes porque emergían con fuerza de la misma realidad.

¿Permitía este enfoque en torno a la familia abordar también el problema de la ausencia de democracia en el contexto familiar, es decir, la dictadura puertas adentro? ¿Fue acaso una forma de anticipar temas que más tarde tomaron más fuerza, como la perspectiva de género, la violencia intrafamiliar?

 Yo creo que esos temas estaban, pero como lo más importante era la preocupación por la situación más global, no los descubrimos con la misma fuerza con que se hizo posteriormente. Por ejemplo, cuando evaluábamos los CRI, lo que más valoraban los niños era la afectividad que ese daba entre ellos y los monitores. Eso indicaba la falta de afectividad que tenía el niño en su casa, y entonces ese tema lo trabajábamos en las escuelas de padres. Aunque no lo conceptualizábamos como violencia intrafamiliar, el tema ya estaba presente en el imaginario social que se estaba desarrollando.

Aunque nuestra preocupación principal era la recuperación de la democracia, de todos modos ayudamos a la construcción de una relación distinta en la familia, y a eso me refiero cuando digo que fuimos constructores de vida. En algunos casos eso significó rompimiento de la pareja. A veces nos dijeron que nosotros fuimos los responsables, pero la situación estaba. La ruptura surgía del hecho que la mujer asumiera mayor protagonismo y exigiera sus derechos. Nosotros analizamos este problema y tratamos de no gatillar esas situaciones de separación o de quiebre, pero algunas situaciones eran tan insostenibles, que al poquito andar se descubrían. Yo creo que de alguna forma aportamos a la construcción de una democracia interna. La democracia se construye desde la familia, desde la socialización temprana, desde la relación padres-hijos, desde la construcción de autoestima. Esa es la reflexión que he desarrollado posteriormente, como docente y académico, pero cuando miro lo que hicimos en SEPADE, fue precisamente eso.

¿Podría decirse que el CRI, y las otras actividades asociadas, fue una especie de escuela informal de agentes comunitarios, de líderes sociales?

 Totalmente, con estas actividades fuimos constructores de proyectos para los jóvenes y para los niños. Yo me he encontrado con gente que está de concejal, o en distintos cargos, que está de director de una escuela, que tiene distintas responsabilidades sociales. Pero no me encontrado con nadie que haya vivido esta experiencia que hoy esté en la pasta base. Hoy en día yo describiría lo que hicimos como una educación social, lo que antes llamábamos educación popular, una educación para insertarlos en la sociedad, para ser ciudadanos, para ser más protagónicos. Fuimos constructores de situaciones de aprendizaje: cada CRI, cada grupo de “aprendamos juntos”, eran situaciones de aprendizaje donde convergían voluntades y donde emergían posibilidades de descubrir nuevas cosas. Y en ese descubrir nuevas cosas, la gente descubrió lo que era su proyecto de vida.

Desde tu actual labor académica y como formador de nuevos profesionales, ¿qué importancia le asignas a las organizaciones no gubernamentales en el Chile actual?

Actualmente lo denomino “tercer sector”, y lo considero fundamental y estratégicamente necesario para la construcción de una sociedad más justa. Pero respecto de la valorización de este sector por parte de las autoridades de gobierno, creo que falta. Quienes vivimos esa experiencia lo valorizamos enormemente. Prefiero hablar de “tercer sector” en vez de ONG, porque ya no es necesario definir la dinámica de estas instancias por la negación de su relación con el Estado. Esa relación es hoy posible y necesaria. Es mejor visualizarla de una manera propositiva, porque el tercer sector va a tener la oportunidad de construir una sociedad distinta a la que se negocia en los espacios pequeños. Por eso yo espero que en el futuro puedan tener las fuentes de financiamiento necesarias, porque la ciudadanía entiende que son instituciones de servicio productivo para la sociedad.

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